"Al haber comenzado a ser un bien escaso,
las palabras tenían más significado que antes"
(Juan José Millás, EL ORDEN ALFABÉTICO)

CAPÍTULOS 29, 30, 31, 32, 33, 34, 35 Y 36

29
Ya soy mayor de edad. Sea lo que sea que eso signifique e implique. Con mi título de bachiller en la mano, me inscribo en el registro electoral permanente y obtengo el certificado de locutor de la república de Venezuela, junto a Corina Castro, futura videojocketa de videoclips (“música para tus ojos”, rebuznarán). Estudio comunicación social en la Universidad Central. Asesorado por Vasco Szinetar, compro mi primer y único laboratorio de revelado fotográfico en blanco y negro. Revelar en sí es una ladilla. Lo interesante es reencuadrar cuando amplías. Y la autonomía que te brinda tener tu propio equipo. Y la intimidad para experimentar. Sofía Imber publica regularmente mis artículos en las páginas culturales de EL UNIVERSAL. Para que no me jodan en la escuela de periodismo, bajo el pseudónimo de Federico Nestal, difundo una crítica demoledora contra el libro de Alexis Márquez Rodríguez, LA COMUNICACIÓN IMPRESA, impuesto como texto obligatorio en los primeros años de la carrera. “Manual vasto y basto, obvio, banal, predecible, prescindible”, escribo. El catedrático putea por saber quién es el cabrón que lo cuestiona de esa manera. Ningún alumno se atrevería. Sospecha de uno que otro colega que le disputa su cátedra.

30
Muere Elvis por sobredosis de Presley: “one for the money, two for the show, three for all togheter and fuck and roll...”

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Otra receta que me catapulta en el tiempo: tortilla “iberozolana o venezñola” de tajadas a punto de putrefacción (precisamente cuando los plátanos maduros se han ennegrecido en el paso previo a la momificación) con petit pois y queso crema —o, en su defecto, queso paisa o palmita o guayanés o de mano o blanco duro rallado o camembert o de cabra o mozarella o, incluso, manchego—. Este plato ocasiona eventuales flatulencias: concierto atonal de vientos para esfínteres sin orquesta ni partituras en tierra ardiente del tambor.

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Una vez que el bolsillo del venezolano empieza a devaluarse, los whiskys paupérrimos inundan las licorerías del país y sus hígados malcriados por el añejamiento. Lanzo al mercado creole LAICEPS SPECIAL, un palíndromo irlandés de 4 años de apurada maduración (embotellado en Charallave) cuya degustación resulta poco menos que un acto de pederastia etílica. El ratón dominical incrementa las ventas de analgésicos, jugo de tomate y alka seltzers (para potenciar el efecto de este antídoto ratonil, recomiendo diluir el par de tabletas efervescentes directamente en medio vaso de jugo de tomate: ¡vaya experiencia alucinante ver aquel minivolcán rojo erupcionando!).

Esta campaña admirable, emulando a los cigarrillos, exagera en piel, playa y promesas de sexo. Va de paraísos perdidos e incautos: adanes adosados a sus serpientes en pos de (j)evas.

El volcán de tomate seltzer me remonta a un episodio de porno-asco que coprotagonicé con una partenaire entusiasta del body art primigenio en un motel peculiarmente mezquino en sus instalaciones y provisiones. Así que decidí vengarme del musiú hostelero que arriesgaba el placer ajeno con su pichirrez ostentosa y pinté las paredes —usando mi falo encapsulado en un condón— con abundante sangre menstrual. De allí en adelante, bauticé ese cuartucho “Suite Nosferatu”. Conservo fotos polaroids que testimonian nuestra hazaña. Semanas después, una pareja amiga pidió expresamente esa misma habitación para comprobar el agravio, pero ya habían redecorado nuestra “cueva de Altamira” con una mano de pintura de aceite que reflectaba malamente los bombillos de cuarenta vatios.

33
Por supuesto que hay un precio a pagar por esto de vivir cogiendo taxis: el ignorante ignora que ignora (y yo debo asentir con minúsculos monosílabos ante sus peroratas entre semáforos). Aquí los taxistas no son británicos, sino conductores inéditos de programas de opinión. Acaricio la utopía de choferes mudos como opción laboral y propuesta filantrópica de este trópico delirante.

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Participo en un taller de creación literaria, mención poesía, dictado por Luis Alberto Crespo bajo la tutela del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. A fin de año tengo un libro: CARAQUÉÑESIS. Audiciono para un programa matutino en Radio Trece. Madrugo de lunes a viernes, entre seis y diez de la mañana. Denomino a mi espacio DESCONCIERTO. Para la identificación musical uso un cuerno de caza ritual interpretado por el jazzista musulmán Yuseef Lateef. Voy ganando oyentes. Extiendo el programa hasta el sábado, cuando incorporo “la única agenda radial para el tiempo libre del caraqueño”.

Mis padres vuelven a perder las elecciones presidenciales y yo —asuntos de familia— me sumo a ellos: LUIS HERRERA ARREGLA ESTO (slogan propagandístico creado por el estratega cubano Joaquín Pérez Rodríguez, próximo viceministro de Información y Turismo, y Luis Alberto Machado, futuro ministro de neglicencia, quien enseñará a tocar violín a los indios pemones). Muere Guillermo Meneses. Que yo sepa, la mano sigue junto al muro.
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Publico crónicas semanales y fotografías en el Cuerpo E de EL NACIONAL, codirigido por Luis Alberto Crespo y Pablo Antillano, con diseño del artista plástico Víctor Hugo Irazábal. Me otorgan la columna fija DÓNDE Y CUÁNDO, suerte de guía culturosa para el fin de semana, en un tono absolutamente desenfadado. . A Diego Arria le agrada el caradurismo de mis artículos y me contrata en EL DIARIO DE CARACAS. Mi jefe es el argentino Daniel Divinsky, otrora editor de Mafalda. Me instalo en las páginas culturales y publico a diario. Mis vecinos de tinta son María Eugenia Díaz, Rodolfo Schmidt, Manuel Felipe Sierra, Edgar Larrazábal, Javier Conde, Sebastián de la Nuez, Mercedes Martínez, Marisol Decarli, Elizabeth Baralt.

—Solamente en un país de analfabetos orgánicos puede pasar que un actor de cine gane las elecciones y además con nombre de payaso –matiza René la sobremesa.

—Claro, porque René Rodríguez suena más a presidente que Ronaldo Reagan –dice mi padre con su puñetera manía de españolizar hasta los nombres propios.
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Impaciente que soy, yo mismo pago la edición de mi poemario CARAQUÉÑESIS. 80 páginas. 1/16 de pliego. Tapa y contratapa con solapa a 3 colores. 400 ejemplares. La portada es una foto de la ciudad que yo mismo he tomado. Me mudo a Radiodifusora Venezuela. Tiene un estilo que oscila entre lo juvenil universitario y el adúltero contemporáneo. Me identifico como “autor de radio de autor con patente de perifoneador número 7736”: Mi programa va de lunes a viernes, entre cinco y siete de la tarde. Le doy el mismo título que mi columna dominical: DIARIO DE UN OCIOSO. Mi patrocinante es la tienda de mi madre, PASARELA BOUTIQUE (“el epicentro de la moda en Caracas”). El jingle —mix de bostezos sintetizados con piano, flauta y bajo interpretados por los hermanos Pedro y Antonio Naranjo— me lo obsequia el compositor cubano anclado en Venezuela, Rolando Barba, amigo heredado de René.

Es asesinado John Lennon y le dedico toda una semana en la radio, con sucesivos programas especiales sobre su vida y obra, Yoko Ono, su rivalidad con McCartney, perfiles de Ringo y George. La historia paralela de los Stones. La pipa de Rómulo Betancourt deja de humear.

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