"Al haber comenzado a ser un bien escaso,
las palabras tenían más significado que antes"
(Juan José Millás, EL ORDEN ALFABÉTICO)

CAPÍTULO 1

Al igual que los perros, he agarrado la costumbre de orinar las paredes de los apartamentos donde vivo (“cardo ni oruga cultivo”, rimaba el vate Martí), marcando mi territorio con ese hedor amarillento que varía en concordancia con los líquidos que he ingerido: la cerveza negra tiñe las canas de mis micciones y produce una espuma densa en sus meandros; el whisky escocés 12 años desencadena en mi organismo una catarsis diurética con tonos bastante neutros; el ron edulcora mi orina con un bouquet dulzón que empalaga hasta los pigmentos de las paredes y/o el pegamento del papel tapiz; la ginebra londinense me perfuma en su trayecto bucoestomacal y estoy convencido de que ésta es la única bebida que no llego a orinar, sino que la sudo, dada la metabolización tan rápida que de ella hace mi cuerpo. Agua nunca bebo, salvo el remanente derretido de las toneladas de hielo que desbordan todos mis tragos. Menos el café guayoyo y casi sin azúcar que consumo por litros a diario. La gente dice que yo le agrego una porción tan esmirriada de azúcar al café que parece más bien que lo estuviera “salando” y es que no entienden que lo único que yo pretendo es establecer una frontera equidistante entre el mínimo dulzor admisible y el máximo amargor grato al paladar.

También disfruto meándome las paredes de los moteles que frecuento. Uno distinto cada vez, pues me he prometido a mí mismo escribir —robándole el título a Sam Shepard— unas CRÓNICAS DE MOTEL que sirvan como guía funcional para parejas en busca de distracción sexual, exoneradas de miradas recriminadoras y sobresaltos. Intentaría clasificar, por ejemplo, a estos tiraderos tomando en cuenta su discrecionalidad, ubicación, la rapidez del room service (con énfasis particular en la disponibilidad de bebidas etílicas, hielo, preservativos y lubricante, cigarrillos, toallas limpias y mullidas en los baños), aire acondicionado o ventilador, televisor con variedad de películas pornográficas, tarifas (relación precio/calidad), etcétera. En vez de las estrellas habituales asignadas a los hoteles o los tenedores que otorga la prestigiosa Guía Michelin, yo calificaría a estos hospedajes de semen con una, dos o tres “erecciones”, dependiendo de si son apenas unos autocines con cama donde ya eyaculas, ya te vas o si verdaderamente te apetece demorarte en sus entrañas.

Cuando nos mudamos a la Torre Aco, en la primera oportunidad que dispuse, oriné mi oficina trazando una circunferencia perfecta. De esta forma, nadie me arrebataría jamás mi cargo de Director Creativo Asociado en INTERGLOBAL ADVERTISING.

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