"Al haber comenzado a ser un bien escaso,
las palabras tenían más significado que antes"
(Juan José Millás, EL ORDEN ALFABÉTICO)

CAPÍTULOS 20, 21, 22 Y 23

20
Las tardes del domingo siempre han sido familiares. Así como otros van a misa, nosotros tres salimos juntos a sitios cercanos. Lo más distante que hemos llegado es a la heladería Castellino en Caraballeda, cuyos banana-boats nos sabían mucho mejores que los de la caraqueña Crema Paraíso. Aunque generalmente nos circunscribíamos al área metropolitana, alguna vez nos aventuramos hasta la Colonia Tovar, siempre usando transporte público, ya que mi padre se negaba tenazmente a aprender a manejar o adquirir un carro. Y como este tipo de valores o prejuicios se heredan, yo tampoco jamás me he sacado la licencia de conducir, ni he tenido carro, diciéndome a mí mismo —y a quienes insisten en preguntarme— que de esta forma me evito las molestias de buscar estacionamiento, preocuparme por el vehículo e incurrir en gastos de reparaciones, seguro automovilístico y otros engorrosos etcéteras. Para eso existen los taxis y yo dispongo de un presupuesto asignado a tal efecto.

Al teleférico subíamos con regularidad. Ante la molesta insistencia de mis padres intenté patinar sobre hielo sin poder mantenerme en pie ni siquiera un metro. Las pocas ocasiones en que funcionaba, bajamos hasta La Guaira en el funicular que llegaba hasta la estación de El Cojo. Allí coincidimos con la filmación de una película norteamericana esteralizada por Robert Vaughn, un actor de tercera categoría que encarnaba el personaje de “mister Solo” en la serie televisiva THE MAN FROM UNCLE, que se tradujo al español como “El hombre de Cipol”.

Luego nos dio por frecuentar el novísimo Centro Comercial Chacaíto, donde locales como el Drugstore, Carnaby, el Papagayo, el Ovni, Le Club, Hipocampo, la galería de arte Sans Souci, la librería Lectura y los cinemas 1, 2 y 3 marcarán una época de placentero consumismo saudita, con dólares a Bs. 4,30 y quince pesetas por cada bolívar. Y nosotros sin conciencia de estar viviendo en aquella tierra de gracia, uno sin (m)Alicia en el país de las maravillas. Fue en el Drugstore donde vi por primera vez las salchichas de medio metro que les disputé golosamente a mis padres o el metro de cerveza que mis progenitores no alcanzaron a consumir del todo, divertidos con sus bigotes de espuma de cebada.

21
Pocas cosas me hacen viajar en la máquina del tiempo como cuando preparo esa mezcolanza anti-gourmet (receta materna) que contiene un queso crema Philadelphia de Kraft, una lata grande de Diablitos —o pasta de hígado— mayonesa, ketchup, unas lágrimas oscuras de rimel chorreado de salsa inglesa y perejil deshidratado, en proporciones dosificadas al ojo por ciento. Untada sobre galletas de soda, arepas fritas o pan tostado y acompañadas de Cocacola que nos ayuda a tragar ese engrudo que hubiese hecho colapsar el portentoso sistema digestivo de Elvis Presley, acostumbrado como estaba a los sándwiches de mantequilla de maní con jalea de ciruela y cambur frito rebanado.

22
Electo Carlos Andrés Pérez en su primer periodo presidencial. Mis padres han votado por alguien más. El acné me cruza la cara como una maldición y recién ahora que comienzo a afeitarme debo esmerarme en evitar que la “doblehojilla que pasa y repasa” roce los granos, haciendo erupcionar su lava de pus sanguinolento. Clearasil conmigo, igual que con toda mi generación, aunque sin resultados satisfactorios para los consumidores.

Mi madre se escandaliza con el PORTERO DE NOCHE protagonizado por Charlotte Rampling y Dirk Bogard, dirigidos ambos por Liliana Cavani. Película a la que aún no tengo acceso por mi edad y que atesoraré posteriormente, de manera fetichesca, en formato betamax.

23
El primero de los dos únicos decesos que he visto celebrar a mi padre ha sido el de Carrero Blanco a manos de la ETA, con una paella encargada a la tasca de La Candelaria donde festejaron su boda y la extremaunción de toda una caja de whisky a cargo de los hermanos Mora, René, algunos compatriotas de mis viejos y las consabidas esposas de cada quien.

Mi madre se reservó su cuota de resentimiento para la muerte de Picasso:

—Púdrete, puñetero cabrón hijo de puta, maltratador de mujeres y mezquino –alzaba ella su copa de oporto colorado, brindando con la brisa que peinaba los chaguaramos alopécicos de la esquina.

Jackson Pollock y mi madre compartían, en singular sintonía, su odio elevado al cubo por el macho ibérico cubista.

No hay comentarios: